En lugar de esperar en una larga cola para el control de fronteras o la tarjeta de embarque, lo único que tiene que hacer el pasajero es pasar por un torniquete electrónico, colocar la mano en una pantalla especial o mirar a una cámara. Ni siquiera tendrá que buscar su documento de identidad o su tarjeta de embarque. Sus huellas dactilares o su fotografía se cotejarán al instante con las bases de datos de la compañía aérea, la policía y el control fronterizo. Si los resultados son positivos, las puertas de los torniquetes se abrirán sin la intervención de un empleado del aeropuerto. El embarque de los vuelos sigue el mismo principio. Una vez escaneados y comprobados los datos biométricos del pasajero, la información se transmite al sistema de la aerolínea, se registra el proceso de embarque como completo y el pasajero ocupa su asiento en el avión. Según la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA), el número de personas que viajarán en avión alcanzará los 7.800 millones de personas en 2036, lo que supone el doble del tráfico de pasajeros actual. Esto aumentará la carga de los aeropuertos, que ya sufren un rendimiento insuficiente de las infraestructuras y la seguridad, incluso con el tráfico actual. Para hacer frente a este reto, los aeropuertos tendrán que contratar más personal, lo que supondrá mayores costes. Al mismo tiempo, las colas de espera no se reducirán, y los viajeros se sentirán decepcionados al tener que enfrentarse a más inconvenientes. La aplicación generalizada de la tecnología biométrica en los viajes aéreos ayudará a evitar una crisis de infraestructuras mediante la transformación de los aeropuertos en espacios digitales que ofrecerán las siguientes ventajas:
mayor eficiencia operativa,
gestión competente del tráfico de pasajeros en tiempo real,
eficacia en el tiempo,
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